Las zonas azules llenas de supercentenarios son una farsa

Ni dieta milagro ni naturaleza ni genes heroicos: la clave está en los errores en los registros de nacimiento y defunción

¿Te viste en su día los cuatro episodios de la miniserie documental de Netflix llamada Vivir 100 años: Los secretos de las zonas azules? Pues es importante que sepas algo: según el investigador Saul Justin Newman, de la Universidad Nacional Australiana, quien lleva un lustro detrás de los mitos y las verdades de esas supuestas zonas azules llenas de supercentenarixs, ese documental carecía de rigor científico. Bueno, ese documental y todo lo demás que se ha dicho acerca de estas regiones. Porque para él, y tras tantos años de investigación, queda claro que las zonas azules son una farsa erigida sobre intereses comerciales, intereses turísticos y malos procedimientos de registro de natalidad.

Para que te hagas una idea, y como cuenta el propio Newman en una entrevista para eldiario.es, “el hombre más viejo del mundo tiene tres cumpleaños y una de esas fechas ha sido falsificada deliberadamente: ha sido promocionado por su familia, que quiere hacerlo famoso por ser viejo”. Y no es ni mucho menos el único caso. Según añade este investigador, cuyo trabajo no está recibiendo la suficiente atención, en parte, dice, por amenazar con echar abajo un enorme tinglado económico, “el hombre más viejo de América tiene cinco edades diferentes en los registros oficiales” y la primera persona en alcanzar los 110 años murió en realidad a los 65 años según su certificado de defunción.

Posibles manipulaciones

En este sentido, y como apuntan desde el citado medio, basándose en los descubrimientos de Newman, “el secreto de la longevidad en sitios como Okinawa (Japón), Cerdeña (Italia) e Ikaria (Grecia) no está en la dieta, los genes o el estilo de vida”, pues se trata de zonas más pobres, con menos salud y con menos esperanza de vida que la media a su alrededor, sino en “carecer de partida de nacimiento, certificado de defunción o ser un caso de fraude con la pensión”. La edad real no puede medirse de ningún modo. No hay una máquina que diga cuántos años llevas en el mundo. Lo único que cuentan son los documentos de registros oficiales. Y los documentos se pueden manipular bastante.

Ahora, y después de ver cómo muchas revistas especializadas rechazaban publicar los resultados de su investigación, Newman ha entrado en el foco mediático después de que su estudio haya ganado un Premio Ig Nobel por hacer reír y al mismo tiempo hacer pensar. La gente está empezando a escucharle. Para él, “el único aspecto gracioso es que hay gente de 95 años tomándole el pelo a todo el mundo”. Y eso no es excesivamente malo. El problema, eso sí, es que hay toda un mercado de estilo de vida, turismo y productos antienvejecimiento que gira sobre las zonas azules y, supuestamente, le está sacando el dinero a la gente sin fundamento científico alguna. Y eso ya no es divertido.