Le hacía comentarios inapropiados, organizaba frecuentemente reuniones y viajes para que estuvieran a solas e, incluso, le tocaba y besaba sin su consentimiento. Todos estos son comportamientos que, desgraciadamente, nos suenan familiares sobre todo desde que el movimiento #MeToo desveló una especie de 'pandemia' de acoso sexual que sufren las mujeres en el trabajo. Sin embargo, esta historia es diferente porque los géneros están intercambiados. Quien daba mordiscos en el cuello sin pedir permiso era la jefa sexagenaria y quien se quedaba helado sin saber qué hacer era su empleado Carlos Martín —que prefiere no dar su verdadero nombre por razones que serán obvias a continuación— cuando tenía 21 años.
Sin herramientas para defenderse
Ahora Carlos tiene 26 y, aunque hace ya varios años que cambió de trabajo, no puede evitar recordar con cierta tristeza sus principios en el mundo laboral. "Es una pena porque eres joven y se aprovechan de ti. Si me pasara ahora, sabría cómo reaccionar, pero entonces...", cuenta con amargura este mallorquín que se mudó a Barcelona a estudiar química y estaba encantado de tener su primer trabajo en una empresa del sector. Al principio su relación con Marga otro nombre que no podemos revelar era correcta. Ella era una compañera más, que estaba entrando en sus últimos años antes de la jubilación y él el brillante becario que consiguió un contrato de comercial después de sus prácticas.
Sin embargo, todo cambió cuando la nombraron gerente de la empresa y, por lo tanto, mi jefa. "Quería que estuviera constantemente pendiente de ella, cuando iba a visitar a algún cliente me preguntaba si allí me recibiría una chica y, en cuanto me veía hablar con alguna, me preguntaba si era mi novia", explica Carlos sobre un comportamiento que, al principio, se tomaba como si fuera una broma. Pero la cosa fue subiendo de tono. "Me metía la mano por debajo de la camiseta, me daba mordiscos en el cuello y se llegó a sentar encima mío con las piernas abiertas", cuenta Carlos con cierta vergüenza, especialmente, al recordar que todo esto sucedía delante de una quincena de compañeros que nunca dijeron nada.
En cambio, cuando él intentaba apartarla, Marga se enfadaba, lloraba y le decía "te doy asco, ¿verdad?". "Cuando tenía que ir de viaje encontraba una excusa para venir conmigo y una vez reservó solo una habitación de hotel para los dos. Me tenía que inventar una historia para justificar que necesitaba dormir solo para que no se ofendiera y me amenazara", recuerda este milenial de entre las decenas de historias bochornosas que acumula en su memoria.
El chantaje económico
Carlos se sentía entre la espada y la pared porque, a parte del emocional, también le hacía chantaje económico y ese era un tema delicado para un joven que necesitaba el trabajo para pagarse el alquiler en su piso de estudiantes. "Le encantaba poner en evidencia que ella tenía el poder y me decía cosas como: 'bien que te he subido el sueldo, eh?'", cuenta mientras se lamenta de que tampoco encontraba consuelo al contárselo a la gente de su alrededor. "¿Pero por qué te dejas?", le decían constantemente y él se moría de rabia porque realmente no sabía cómo escapar de esa situación.
Finalmente, se armó de valor y optó por dejar el trabajo. Pero incluso el día en que se lo anunció, Marga le preguntó desconsolada qué podía hacer para que se quedara y le ofreció un sueldo de 3.000 euros al mes, que era mucho más de lo que iba a cobrar en su nuevo trabajo. Aunque Carlos lo tenía más que decidido: no se hubiese quedado ni por todo el oro del mundo. De hecho, como su jefa reaccionaba de forma tan virulenta cada vez que hablaba o quedaba con una chica, se fue de la empresa sin decirle que ni siquiera le gustaban y que, en realidad, es homosexual.
Ni siquiera se planteó la posibilidad de poner una denuncia porque le daba miedo que afectara al resto de sus compañeros. "Me parecen muy valientes las mujeres que denuncian, pero era una empresa pequeña y hubiese sido un drama", se justifica Carlos que es consciente de que la mayoría de las personas que sufren acoso sexual son mujeres y, por esa misma razón, las entiende como nadie. "Si no te ha pasado, es muy difícil empatizar, así que dices barbaridades como 'por qué no haces nada'", cuenta el joven que aprovecha para cuestionar el papel de todas las personas que son cómplices silenciosos de este tipo de abusos.