Cada año que pasa somos mejores. Cada año derribamos muros más altos. Cada año ganamos más luchas que tiempo atrás creíamos inalcanzables. Como cada generación de jóvenes ha hecho en su momento, estamos siendo parte de una ‘revolución’ que hará que, con suerte, en 20 años ni España ni el resto del mundo se reconozcan a sí mismos. Pero, para llegar a esta realidad no basta con llenarnos la boca con los logros de este año. Sino que debemos recordar aquellas lacras que, aunque parezca alucinante, siguen presentes en 2018 y que debemos acabar con ellas cuanto antes.
Porque, del mismo modo que 2017 ha sido el año del feminismo, también ha sido el año en el que el machismo y la homofobia han dejado claro que, por el momento y por desgracia, no se van a ir.
Cuestionar a una víctima de violación
La justicia española aún está muy lejos de ser coherente con los abusos sexuales que sufren las mujeres. El caso más flagrante de 2017 es el de ‘La Manada’, que nos recordó que no basta con que una mujer haya sido violada, que no basta con que cinco tíos le hayan jodido la vida, para que no se la cuestione.
Lo que ocurrió durante el juicio es que, mientras ella solo pretendía recuperarse del peor episodio de su vida, la defensa hizo un informe sobre su vida personal para poner en entredicho si había sido violada o había consentido ser penetrada por cinco hombres en un portal. En este, que acabó siendo aceptado por el juez, se juzgaba a la joven por haber hecho en las redes sociales una publicación de "carácter festivo" meses después del incidente. Como si no mostrarse triste constantemente contradijera su versión de los hechos. Como si no tuviera derecho a rehacerse nunca, a no volver a sonreír.
Eso no fue todo. El letrado de uno de los acusados se atrevió a preguntarle por qué no se había resistido al ser violada. Como si fuese tan difícil entender que, como ella respondió ante la corte, estaba en estado de shock y solo quería que aquella pesadilla terminara cuanto antes. Una contestación que nunca tendría que haber tenido que pronunciar porque directamente la pregunta no tendría que haber sido formulada.
Aunque ella no es la única que tiene que aguantar comentarios como: “¿y qué hacías en su casa?”, ¿y qué hacías a esas horas sola por la calle?” y “¿por qué llevabas ese escote?”. El eterno juicio al comportamiento de las mujeres que veta toda posibilidad de ser tan libres como cualquier hombre.
La brecha que no entiende de aptitudes
Si Islandia lo ha hecho ya no hay excusas para no hacerlo. El país nórdico ha dinamitado la brecha salarial al convertirse en el primer país en prohibir por ley que los hombres cobren más que las mujeres por hacer el mismo trabajo. Aunque hoy nos parezca que no establecer esta directriz escapa de cualquier atisbo de sentido común, en España y en gran parte del mundo estamos muy lejos de alcanzarla.
De hecho, la discriminación de género está tan presente en nuestras empresas que no se libra de ella ni el gigante Google. En septiembre, tres exempleadas —Kelly Ellis, Holly Pease y Kelli Wisuri— lo denunciaron ante el mundo. En la demanda alegaron que, durante los años que habían trabajado en la empresa, tuvieron que soportar que sus homólogos masculinos ascendieran con más frecuencia mientras que ellas tenían que conformarse con los suelos más bajos.
Unos testimonios que también confirmaron que, en demasiadas ocasiones, no importa lo buena que seas en tu trabajo, sino si eres capaz de fabricar testosterona o no.
La violencia que mata a las mujeres
Gran parte de la violencia de género es fruto del machismo imperante que nos ha acompañado toda la vida. Desde pequeños aprendemos que los hombres tienen potestad para dominar, controlar y estar por encima de las mujeres. Y algunos llevan estos valores al extremo asesinando a la mujer que presuntamente quieren.
Una de las medidas del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, que ratificaron todas las comunidades autónomas y ayuntamientos esta Navidad, consiste en implantar una educación que combata a la mentalidad que asesina mujeres. El camino con el que se pretende que, a largo plazo, menos mujeres sufran el mismo destino que todas las que han muerto a manos de sus parejas a lo largo de la historia.
Una de ellas, Andrea Carballo, perdió la vida estas navidades en Benicàssim cuando su expareja, conocido como ‘El Peonza’, estampó contra una gasolinera el coche en el que viajaban ambos. Una tragedia que lamentaba días atrás su hermana, Alba Carballo, al denunciar que las autoridades no protegieron a Andrea del chico que, entre otras cuentas pendientes con la Justicia, tenía una orden de alejamiento.
“Aun así se acercó a mi casa, le pinchó las ruedas a mi madre. Tendrían que haber ido a por él, él no tendría que haber estado suelto”, dijo a Espejo Público. Ahora, nos toca esperar que el Pacto de Estado vaya más allá del postureo para que ni la desatención a las víctimas ni la indiferencia de un parte importante de la sociedad sigan propiciando muertes de inocentes.
Crímenes de odio contra el colectivo LGTBI
Marcos y Àlex caminaban una madrugada del pasado diciembre por las calles del barrio Poblenou de Barcelona cuando, sin esperarlo, los cinco ocupantes de un coche les gritaron: “¡Maricones de mierda!”. Y solo porque uno de ellos había pasado el brazo por encima del hombro del otro. Pero la peor parte llegó cuando, sin previo aviso, les propinaron puñetazos y patadas hasta que dejaron a Marcos tirado en el suelo y rodeado de sangre, según el testimonio de Àlex en el diario El País.
Sí, por increíble que parezca, aún hay quien es capaz de protagonizar escenas de odio de este tipo. O, lo que es lo mismo, de homofobia. Aquel pensamiento intolerante que no acepta que hay diferentes formas de amar y que, incluso, se atreve a agredir a los que las encarnan. Como si las personas LGTBI tuvieran que estar condenadas al sufrimiento por ser lo que nunca eligieron ser.
Lejos del futuro que se nos prometió
Por mucho que Rajoy se empeñe en decir lo contrario, los jóvenes de España seguimos estando muy jodidos. Lo que vemos a diario no nos engaña, presidente. Y, buena una prueba de ello, es que en septiembre la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico OCDE indicó que un 38,6% de los jóvenes de nuestro país estaban en paro. Una cifra aberrante que hace que nuestro querido país lidere el ranking conformado por los países miembros de la OCDE.
Casi todos hemos vivido esto en carne propia o lo hemos palpado a través de familiares o amigos. De allegados que saltan de un empleo precario al otro para sobrevivir en ciudades cuyas viviendas están a precios desorbitados. De otros que no aceptan trabajos cualificados que correspondan a su carrera universitaria porque ganan más dinero siendo, por ejemplo, dependientes de Zara.
Y de los que hicieron la maleta para encontrar nuevas oportunidades lejos de casa. Vidas dispares que solo persiguen el objetivo de lograr lo que siempre nos dijeron qué podíamos hacer: empezar una vida. No debería existir la necesidad de tener que erradicar cada una de las problemáticas que aparecen en estas líneas porque, directamente, no tendrían que haber existido nunca. Pero, cuando nos hicimos adultos, ya estaban aquí. Y eso a hecho que en 2018 no tengamos más opción que acabar con ellas para que las futuras generaciones no se las encuentren nunca y así, poco a poco, juntos creemos un mundo mejor. Porque, ¿si no lo hacemos nosotros, quién lo hará?