Astronauta. Catadora de chucherías. Multimillonario. Cuando de pequeños nos imaginábamos nuestros trabajos del futuro ninguno soñábamos con ser funcionarios. Tampoco cuando fuimos creciendo y nuestras aspiraciones se inflamaron con el idealismo de la adolescencia. Nos veíamos siendo intrépidos periodistas, valientes empresarios o combativos abogados. Nada nos daba más bajón que pensar en acabar convertidos en grises burócratas de esos que sellan papeles en la Administración. Opositar era conformarse. Y nosotros veníamos a llevarnos la vida por delante. Nos íbamos a comer el mundo.
El problema es que salimos de la carrera y fue el mundo el que nos empezó a comer a nosotros. En forma de prácticas eternas, contratos irrisorios y la imposibilidad de establecer un proyecto de vida sólido con los 400 euros que aparecían en nuestra nómina cada mes. Así que lo que antes nos parecía horrible se fue transformando en una alternativa cada vez más tentadora. Y ahora, para muchos jóvenes optar a un empleo público se ha convertido en la única vía para encontrar un salario digno y un trabajo estable. Ya no aspiramos a ser un híbrido entre el Che Guevara y Steve Jobs. Nos vale con tener para alquilarnos una habitación. Porque, al final, crecer es algo más que dejar de sentarse en el suelo del metro y de comerse el fuet a bocados: es aprender a modular las expectativas
Más de 80.000 plazas ofertadas
“Yo me decidí a opositar después de acabar las cuartas prácticas que he hecho en mi vida. Me vi con 400 euros en la cuenta y con que no tenía derecho a ningún tipo de prestación. Al terminar las prácticas tuve un par de trabajos de mierda: como captadora de ONG y como comercial en una universidad. Después de eso me replanteé mi vida en general”, cuenta María Ángeles Geanini, una joven madrileña de 26 años. Mª Ángeles estudió Derecho, tiene un máster y habla cuatro idiomas con fluidez. Nada de eso le ha servido para abrirse paso en el mercado laboral. Así que ahora lucha por obtener una de las más de como captadora de ONG para este año en la Administración Pública.
Opositores cada vez más jóvenes
“Quiero poder irme de casa en algún momento y no estar constantemente angustiada por si me van a echar o no del trabajo. La autonomía que me da trabajar en la Administración no la podría tener en ningún empleo del sector privado”, esgrime. Como ella, miles de jóvenes llevan meses parapetados tras sus manuales de estudio, teniendo pesadillas con sus preparadores y sustituyendo las cañas con amigos por pastillas para dormir. Ana Iglesias, que lleva desde 1986 preparando a opositores en la academia ADAMS, corrobora que cada vez se ven más rostros juveniles en las aulas. “En los años de la crisis aumentó la edad de los opositores y había bastante gente de 40 o 50 años que se había quedado sin trabajo y no tenía forma de conseguir empleo. Ahora se está produciendo la llegada de los jóvenes, porque las ofertas laborales que les hacen no son buenas. Estamos en un momento en el que se valora la estabilidad y ésta es una salida que la garantiza”, argumenta.
Síndrome del opositor
Es precisamente esta búsqueda de estabilidad la que mantiene a Juan Carlos clavado a la silla ocho horas al día. “Trabajo en un comedor escolar durante el mediodía, pero el resto del tiempo lo paso en la biblioteca”, confiesa este graduado en Ciencias Políticas de 26 años. Para Juan Carlos, que aspira en unas semanas a una una plaza de auxiliar administrativo, lo más duro de las oposiciones es la angustia de pensar que "no te garantizan que por estudiar más vayas a sacártelas". Su ansiedad se encuadra dentro de lo que Amparo Calandín denomina ‘el síndrome del opositor’: “los estudiantes anticipan el futuro y piensan que no les va a salir bien. Y al final se auto boicotean. En una oposición se invierten tantas horas que monopoliza tu vida. Se convierte en una obsesión y te olvidas de todo lo demás, como de hacer deporte y de salir con tus amigos. Se corre el riesgo de desconectar emocionalmente del entorno”
¿Te suena de algo? Si llevas tantos días encerrado que la luz del sol te marea, crees que Diógenes estaría orgulloso del caos que impera en tu escritorio y te pasas más horas stalkeando ofertas de empleo públicas que el instagram de tu crush, tienes que relajarte. No te sientas culpable por desconectar un poco. “Sal, date un baño de agua caliente, tomate una cerveza. Es imprescindible darse algunos momentos de placer al día. Opositar ya es duro de por sí. No hay que darle un plus de aversión ni perder la vida social porque si no se convierte en una angustia total”, reflexiona la psicóloga.
El estigma de ser funcionario
Aún así, sabemos que preparar unas oposiciones es una carrera de fondo. Y desgasta. No solo por el enorme esfuerzo invertido, sino por el estigma social que aún acarrean los trabajadores públicos. “La gente cree que opositamos porque queremos un puesto fijo y una paguita. Tenemos esa mentalidad perversa y neoliberal de que si tienes unos derechos laborales y no trabajas hasta estar agotado eres un vago. Y eso me jode muchísimo, porque cuando te pones a opositar supone un enorme sacrificio económico y personal”, reivindica Mª Ángeles.
A pesar de sus palabras, hay quien sigue pensando que ser funcionario consiste en fruncir el ceño tras una ventanilla. Olvidan que el médico que les atiende en el centro de salud es un funcionario, que los bomberos que salvan vidas en Lesbos también son trabajadores públicos y que probablemente quien les enseñó a leer también lo fuera. Hay tantos tipos de trabajadores públicos como personas y ser auxiliar administrativo no es incompatible con ser profesional, eficiente y solícito. Así que, si estás trabajando por entrar a darle aires nuevos a la Administración y dinamitar prejuicios rancios, no desistas.
“Vamos a tener unos años que habrán bastantes plazas, porque la edad media del funcionariado está por encima de 50 años. Hace falta un relevo generacional”, resume Ángela de las Heras, Jefe de estudios del área de oposiciones del CEF. Ángela, que cuenta con 32 años de experiencia preparando a opositores, asegura que estamos en la mejor edad para ello. “Si empiezas más tarde tienes más limitaciones porque has perdido hábito de estudio y normalmente tendrás más cargas familiares”. Es el momento preciso para intentarlo. Quizás no nos comamos el mundo, pero tampoco dejaremos que la precariedad nos devore la juventud.