Cuando publiqué un vídeo sobre el choque cultural que me supuso no oír nada acerca del 8M desde Suiza no imaginé que mi imagen acabaría en el segmento opuesto de Twitter. Antes y, sobre todo, desde que Elon Musk cogió el mando, ya era consciente de que esta red social no era mi lugar. Por eso opté por TikTok para contar mi experiencia en el país helvético.
Aterricé en el que llaman primer mundo creyendo en lo mucho que tenía por aprender de esta gente casi perfecta y preguntándome qué podría aportar yo. De Suiza atraen a inmigrantes factores comunes: salarios cuadruplicados, oportunidades para jóvenes y calles seguras, entre otras cosas. Pero como en todas partes, nada es perfecto. Ya solo el primer año me sorprendió que una pareja gay no pudiera casarse. Fue entrado el 2021 cuando se aprobó el matrimonio homosexual, 16 años después que en España, y los recién llegados y demás residentes no nacionalizados no pudimos hacer más que recoger los panfletos que repartían activistas en las estaciones de tren. “Pero podían ser pareja de hecho”, me comentó en su día un colega de por aquí.
Año y pico después, tras la pandemia, ha llegado el 8M. Desde mi pequeña cuenta de TikTok he comentado lo poco reivindicativos que son en el país occidental que más tarde alcanzó el sufragio femenino. En la sección de comentarios he podido leer experiencias de otras chicas por el mundo, algunas similares a la mía. Comento que he llegado a pensar si el Día de la Mujer tenía otra fecha en el calendario con el mismo tono que uso cuando hablo con mis amigas por teléfono. Pero mi vídeo ha llegado a un rincón de internet que no esperaba y la respuesta no ha hecho más que confirmar el complejo español respecto al resto de Europa que yo, cuando llegué, también sentí. Esa admiración por este pequeño país conservador que requiere de inmigrantes para llenar las plantillas de sus hospitales y que importa talento y mano de obra a partes iguales.
Me he llevado varios insultos, pero reconozco que lo que más me ha sorprendido ha sido encontrarme en Twitter España más veneración por el país alpino que en la propia ciudad donde resido. Hordas de gente exigiéndome que vuelva a mi modesto país si es que tanto odio este brillante sistema. Yo que pensaba que hablando de Suiza solo podría escuchar un “como España en ningún sitio”, me topé anteayer con una caterva de señores dispuestos a besarle los pies al hombre suizo.
Algo tenemos en común los verdugos de Twitter y yo, lo sé por las banderas de España que acompañan sus nombres de usuario, y es el orgullo que sentimos por nuestro país. Por motivos dispares, pero orgullo a fin de cuentas. Un patriotismo frágil, el suyo, puesto que ante a otros países más al norte solo logran fanfarronear del clima español, como si fuese el sol obra suya. A mí, por otro lado, se me llena el corazón con las imágenes de niñas, mujeres y señoras alzando cartulinas moradas escritas. Apreciándose y entendiéndose. Dándose su lugar.
En Suiza no todos los datos son alentadores. El número de violaciones ha aumentado desde 2016, la brecha salarial es mayor a la media europea, aún se habla de violencia doméstica, no de género, y la prostitución está aceptada por las instituciones. Hay señales pintadas en el suelo de siluetas femeninas con tetas para delimitarla a ciertos barrios, de hecho. Pero el 8M es sigiloso y discreto.
No es cierto que no hubiera nada de nada, se dieron marchas por algunas ciudades, sobre todo de la parte francesa. En Basilea, al parecer, eran 200 personas. Aún así se echa en falta un poco.
Desde aquí se ve que Europa no mira a España, pero España no deja de mirar a Europa como una hermana pequeña ansiosa por su aprobación, y aunque muchas cosas se podrían replicar del país de las cuatro lenguas, en otras somos pioneras nosotras. Por eso, y aun habiendo acabando linchada desde el exilio, os echo de menos.
Hoy es 16 de marzo, pero feliz 8M.