Hace unos días, el fotoperiodista Pedro Pascual publicó en Twitter unas fotografías de limpiadoras trabajando duramente para intentar borrar el rastro de pintura roja que activistas ecologistas habían lanzado a las puertas del Congreso los diputados. La imagen era dura, las mujeres parecían desbordadas, y enseguida salieron voces críticas a cuestionar o a atacar a estos movimientos sociales por, a la postre, afectar a clases precarias con sus protestas, más que al sistema.
Las limpiadoras eran las principales perjudicadas de esta acción y, como suele ser habitual en estos casos, lxs activistas fueron tema de conversación no por sus quejas, que básicamente apuntan a la inactividad gubernamental en relación con una emergencia climática que pone a nuestra especie, a miles de especies más y a gran parte del planeta en peligro.
¿Qué os sugieren estas imágenes?
Las Kellys de Barcelona, sindicato creado para defender los derechos de las trabajadoras de la limpieza, publicaron esta foto y abrieron un debate: “¿Qué os sugieren estas imágenes? Esperamos vuestros comentarios.” Aunque, en efecto, muchos citaron el tuit criticando a lxs activistas, la mayoría de respuesta le dieron la vuelta al primer pensamiento con otro un poco más incómodo y que no apunta hacia lxs activistas, sino hacia el gobierno.
El tuitero e historiador Manel Márquez lo resumía así: “Lo más grave como dice mi compañera, que de esto sabe mucho, es que ese trabajo no lo debe hacer el personal de limpieza, sino una empresa especializada con las máquinas correspondientes (máquinas de presión)”.
Entonces, ¿por qué enviaron a unas limpiadoras a hacer el trabajo manualmente? Pues, según algunos críticos, por pura estrategia de márketing, ya que así el estado parece alinearse con las trabajadoras y contra lxs activistas, aunque para algunxs está haciendo todo lo contrario. “Es una campaña perfectamente orquestada (fotógrafo incluido) para desacreditar una protesta apelando a la empatía con unas trabajadoras a las que ellos mismos no dudan en explotar”, decía Guillermo Toledo.
“Las fotos bien hechas... la imagen brutal... trabajadoras sin medios adecuados de limpieza, idea de que el activismo es negativo y oneroso para la población trabajadora. Propaganda contra la lucha y defensora del orden establecido”, añadía Francesc Matas.
Otro tuitero apuntaba a que había visto limpiar en diez minutos este tipo de pintadas con material adecuado, pero, ¿qué es entonces lo que opinaban las propias Kellys? ¿Habían hecho el tuit para criticar a lxs activistas? Pues no. Al cabo de unos días, publicaron una serie de tuits en los que se alineaban con las críticas a quienes las hacen trabajar así y no a quienes mancharon las columnas del Congreso.
“Espeluznante que en el palacio de sede parlamentaria donde se fabrican las leyes que nos vinculan se produzca esta estampa de subyugación, precariedad, sub-empleo y vida de pena para la mujer obrera. ¿Qué mensaje nos quiere enviar el Estado?”, decía en uno de ellos. Así que, en vez de responder al debate manido sobre activismo y patrimonio, generaron uno nuevo sobre cómo limpiar este tipo de acciones y sobre dónde empiezan y acaban las estrategias de márketing.
Con todo eso, no queremos decir que esté bien ensuciar el patrimonio público para llevar a cabo protestas ambientales, sino que a veces es necesario tomar cierta distancia para ver qué pasa con los otros debates. Y que incluso las propias afectadas pueden tener puntos de vista más allá de lo obvio.
Como por ejemplo: ¿deberían estar estas mujeres limpiando así las columnas? ¿Está realmente el Gobierno español tomando las medidas adecuadas para frenar la emergencia climática? ¿Consiguen que se les haga caso lxs activistas cuando no hacen este tipo de acciones? ¿Consiguen el efecto deseado con los minutos de atención que reciben o despiertan más repulsa que apoyo? Las respuestas, claro, se las dejamos a cada unx.