Año 1940. Universidad de Stanford. Una joven californiana de 21 años termina sus estudios en magisterio tras cuatro años de esfuerzo. Solo le queda una cosita para obtener su merecido diploma: presentar la tesis en la que ha estado trabajando durante meses y meses. Está a punto. El momento se acerca, pero estamos en plena Segunda Guerra Mundial y a su novio, George Hislop, lo llaman a filas para participar en la batalla. Inmediatamente, la pareja se casa y se trasladan juntxs al puesto de avanzada del ejército de los Estados Unidos en Fort Sill, en el Estado de Oklahoma. La guerra acabó. Se mudaron a Yakima. Tuvieron dos hijos. Y aquella tesis quedó aparcada para siempre.
Pero no el espíritu educativo de Virginia. Como explican desde USA Today, “cuando su hija Anne estaba en primer grado, Hislop se unió a la junta escolar local y abogó porque a las niñas se les permitiera tomar clases de inglés avanzado en lugar del curso recomendado de economía doméstica”. Su deseo de potenciar el desarrollo de lxs más pequeñxs era tal que se unió asimismo a las juntas escolares de la ciudad, del condado e incluso del estado, además de colaborar en la fundación de la Heritage University de Toppenish, en el estado de Washington. En sus propias palabras, “sentí que todos deberían tener la oportunidad de acceder a la educación superior”.
Un sueño cumplido 83 años después
Aunque ella continuaba sin titulación. La guerra, el cuidado de sus hijxs y su activismo le privaron del tiempo necesario para terminar la tesis y obtener el reconocimiento oportuno. Y lo daba por perdido. Hasta que su yerno llamó a la Universidad de Stanford y se enteró de que ya no era necesario presentar una tesis final para obtener el diploma. En otras palabras, y como escriben desde el citado medio, “eso significaba que Hislop había completado oficialmente todos los requisitos de la licenciatura”. 83 años después, con 105 años de edad y nueve bisnietos, Virginia podía subirse al escenario de la facultad para recoger su título. La vida se lo debía.
Y así lo hizo. “He estado haciendo este trabajo durante años y sienta bien ser reconocida. Creo que hice cosas buenas por nuestro sistema escolar local y ayudé a mejorarlo. Dios mío, he esperado mucho tiempo por esto”, dijo visiblemente emocionada una vez allí arriba. Más que ninguna otra persona en seguramente toda la historia. Por supuesto, el caso de Virginia Ginnie Hislop es, además de justicia cósmica, un caso inspirador para muchas otras personas. Como confesó su yerno, Doug Jensen, “la lección más importante que he aprendido de ella es que nunca se deja de aprender: a sus 105 años es una lectora voraz, no crece musgo bajo sus pies”.