Este es el pueblo más feliz de España

Rodeado de montañas en medio de una reserva natural, Gautegiz Artega, en Vizcaya, alberga un humedal único por donde pasan 230 especies de aves al año

Gautegiz Artega (Vizcaya) no es solo el puñado de casas que se distribuyen a ambos lados de la carretera BI-2238, aunque eso sea lo que se crean muchos visitantes que lo cruzan camino de la playa. Una pajarita de las nieves andurrea grácilmente por la acera frente a uno de los dos bares que tiene el pueblo, el Artea, al lado del Ayuntamiento. Enfrente, varios operarios trabajan en la reforma de la plaza principal, totalmente levantada. Son las doce de la mañana y se ven más coches que personas. Efectivamente, si uno se queda ahí, en la calle principal que va hacia Ereño, Kanala o Elanchove, no podría entender por qué este pueblo de 889 habitantes es el más feliz de España.

Para hacerlo hay que empezar por levantar la vista, casi hasta el cielo, para divisar la ermita de San Miguel (siglo X), coronando la impresionante montaña Ereñozar, poblada de pinos de enorme porte. Es el punto más alto de las verdes colinas que rodean Gautegiz, enclavada en la Reserva Natural de Urdaibai, a 40 minutos en coche de Bilbao.

Si uno se queda en la carretera y no va un poco más allá, es verdad, no podrá entender por qué este espacio es una arcadia, porque no se habrá adentrado tampoco en el Urdaibai Bird Center, adonde se pueden ver hasta 230 especies de aves, ni habrá paseado frente a las marismas de la ría de Guernica, ni habrá disfrutado de la bella arquitectura del castillo de Arteaga, de estilo neogótico, que Napoleón III reconstruyó para su esposa Eugenia de Montijo y que ahora es un reconocido Relais & Chateau donde hospedarse vale uno ojo de la cara.

Naturaleza

“Mis tres hijos se quieren venir a vivir aquí”, confiesa Ana, jubilada, en el porche de su casa, mientras cuida a su nieto, al que mece en el carrito en el porche de su casa. “Yo no sé si será el más feliz. Será como todos los sitios donde hay naturaleza, ¿no?”, duda la mujer, que viene con su marido, que es “de aquí”, siempre que puede, desde su residencia habitual en Guernica. “El pueblo es muy bonito, sí, y hay buena calidad de vida”, admite la mujer sobre esta localidad que funciona para muchos como ciudad dormitorio, zona residencial de trabajadores de Guernica o incluso de Bilbao.

“Yo es que no cambio esto por nada. Aquí tienes playa y montaña. A mí no me hace falta nada más. Las Playas de Laida y Laga suelen estar a tope”, revela Eneko, tras la barra de la taberna donde se sirven varios pinchos, entre ellos el vegetal picante que tiene pinta de ser bastante contundente. Cuando se le pregunta qué tal funciona el bar, duda. “Tenemos mucho cliente que para aquí en el viaje de ida y vuelta a la playa. Los veraneantes poco vienen”, asegura el hostelero mientras la televisión ofrece imágenes de un matinal al que los pocos parroquianos que hay no hacen ni caso.

Bosque de Oma

Declarada por la Unesco Reserva de la Biosfera en 1984, en Urdaibai, es decir, en los alrededores de Gautegiz Arteaga, hay numerosos atractivos turísticos naturales, como el Bosque de Oma -pintado por el artista Agustín Ibarrola- o diferentes rutas de senderimos que serpentean colinas y montes que parecen sacados de un documental de naturaleza.

“Yo eso del pueblo más feliz no se quién se lo ha inventado. Es verdad que es muy tranquilo, y está en mitad de una reserva natural, pero como varios pueblos de aquí”, cuenta Iñaki, comercial, que ha venido a hacer unas gestiones al Ayuntamiento y que, aunque dice de primeras de no saber muy bien por qué ha alcanzado fama el pueblo, sí da unas cuantas razones que lo justificarían. “El clima es muy suave tanto en invierno como en verano y la reserva de aves es un centro migratorio único. Es normal ver mucha ave rapaz, flamencos, cigüeñas...”, señala.

Estudio en 26 países

Ahí precisamente radica la clave de que sea una localidad donde la gente alcanza un alto bienestar. Eso al menos según apunta la revista Ecological Economics, que en un artículo de 2020 hacía referencia al estudio The importance of species diversity for human well-being in Europe realizado entre varias universidades alemanes, donde se vinculaba el bienestar humano a la proximidad de la naturaleza y la presencia de aves. Los investigadores estudiaron a más de 26.000 adultos de 26 países europeos y concluyeron que la diversidad de aves es tan importante para la felicidad como los ingresos económicos. Y ningún pueblo de nuestro país convive con más aves que en Gautegiz.

En una impresionante antigua fábrica de pescado, de la que se conservan, entre otros elementos, las industriales vigas de hierro, está el Bird Center, un gran museo vivo de la naturaleza abierto para que el público -recibe 40.000 visitantes al año- disfrute del mundo de las aves y sus migraciones, a través de un observatorio único de la marisma. Gestionado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi, el centro está dedicado a la investigación y divulgación científica de las aves, sus migraciones y los hábitats donde viven.

Gautegiz - Arteaga

Desde el mirador de la primera planta se observa perfectamente en la marisma a varias cigüeñelas, que están en época de cría, espátulas y “algunas aves limícolas” propias de este tramo de temporada, explica José María Unamuno, director del centro, que habla con pasión del tesoro que custodian aquí, muy valorado en todo el País Vasco y que también goza de ascendencia en el extranjero. “Vienen muchos holandeses, británicos, que igual no son ornitólogos, pero tienen ligeros conocimientos de naturaleza en general”, cuenta el director sobre un humedal que depende del influjo mareal que afecta al río Oca. Tiene dos zonas de agua, una intermareal y otra dulficola, usada por las aves para limpiarse el plumajes, para beber o para media estancia.

La “ilusión” de las aves

Unamuno tiene clara cuál es la vinculación de Urdaibai con la felicidad. “La gente urbana cuando llega a esta zona encuentra tranquilidad. Y luego el tema de las aves es un poco por la ilusión. Nos pasa en nuestro trabajo, que es un trabajo bonito porque cada día es diferente. Yo llego hoy a trabajar con la ilusión de saber qué aparecerá hoy nuevo, eso es muy difícil en cualquier trabajo”, sostiene.

Marta es la farmacéutica del pueblo y cuando se le pregunta por Gautegiz sonríe. Llegó hace unos años y se enamoró. Ella también tiene claro por qué: “Es el entorno, la naturaleza , los pájaros, el paisaje... tienes la playa al lado, el monte, los veraneantes que vienen se van enamorados. La gente además es muy agradable”. Dice que además es un lugar perfecto para hacer deportes: senderismo, circuitos de bicicleta de Montaña...: “Mis hijos hacen surf, por ejemplo” [Gautegiz tiene playa propia, Kanala].

Vecinos marinos

En los lados de la carretera principal hay casas preciosas de arquitectura vasco-francesa con los listones de madera vistos, con amplios jardines. Una de ellas es la de Begoña, hija de una zamorana y un vasco que se fueron a hacer las Americas a Venezuela, y volvieron y se instalaron aquí. Ella, tras recorrer medio mundo -llevó ganado en Idaho (EEUU) y trabajó en un barco diez años antes de jubilarse, entre otras cosas-, volvió a su hogar. En todo el pueblo de hecho hay muchos vecinos que han trabajado años en alta mar o han trabajado en lugares tan exóticos como Australia.

Cuando se le pregunta qué hace a Gautegiz tan especial, se limita a decir “mira” señalando con la vista el entorno. “Aquí hay mucha paz”, dice Begoña, que luce una piel aceitunada de tantos años en la borda que ahora cuida con Nivea y le va fenómeno. Begoña tampoco cambia esto por nada del mundo. “En todo el mes no ha salido el sol hasta ayer”, asegura sobre el tránsito constante de vehículos que se vive hoy camino de la playa.

El ex lehendakari José Antonio Arzanza o el ex alcalde de Bilbao José Luis Robles fueron en su día algunos de los vecinos ilustres de un pueblo del que cuando uno sale de la carretera se maravilla por sus zonas verdes, sus parques infantiles y sus baños públicos, cuidados con mimo. “Aquí estamos felicísimos. De faltar algo solo nos falta un poco de dinero”, bromean Lola y su marido mientras pasean a sus perros por las verdes pradera pobladas de frondosos robles, encinas y cerezos. En muchos de ellos, hay colgadas casita-nido para pájaros instalados por los alumnos del colegio del pueblo, que tiene 27 niños, dentro de la colaboración con el Bird Center.