Doble check azul. No contesta. Pasan los minutos. Nada. La pantalla brilla impaciente, como retándote, descarada. Pasa una hora. Por encima del icono verde con un teléfono, ninguna notificación en rojo. Ni una vibración, ni un aviso de que ha entrado un mensaje. ¿Te está ignorando? ¿Pasa de ti? ¿No quiere saber nada más de ti, nunca, jamás? ¿Qué está pasando aquí? Si el párrafo anterior ha tocado alguna tecla en tu experiencia reciente, respira. Relájate: Whatsapp es ya casi una extremidad más, una herramienta imprescindible y omnipresente en nuestro día a día. Y eso, como todo lo que se consume en exceso, puede traer problemas.
Entre ellos, como reflejaban las primeras frases de este artículo, el de disparar por encima de lo normal los niveles de ansiedad. Ahora bien, hablemos con propiedad: ¿qué es la ansiedad? Según recoge la guía publicada por el Sistema Nacional de Salud, llamamos ansiedad a la anticipación de un daño futuro, acompañada de sentimientos desagradables y de síntomas de tensión. La ansiedad es, por tanto, una forma que tiene el cuerpo de alertarnos de un peligro inminente, y no es mala per se.la guía publicada por el Sistema Nacional de Salud
El problema, continúa la guía, viene cuando el grado de ansiedad sobrepasa cierta intensidad, o supera la capacidad de la persona. Hablamos entonces de una patología, con síntomas como sudores, mareos, temblores, taquicardias, sensación de agobio o incluso náuseas. No es algo para tomarse a broma, vaya, ya que puede deteriorar la calidad de vida de una persona muy rápidamente.
Whatsapp y ansiedad: hablan los estudios
Dicho esto, nos zambullimos en una relación muy turbia. Vamos a entrar de lleno en cómo se relaciona un uso excesivo de WhatsApp con esta ansiedad patológica. La primera pregunta es obvia: ¿existe esta relación? ¿No será uno de esos cuentos de viejas que circulan por ahí para que dejemos el móvil en paz? Lo cierto es que no: numerosos estudios apuntan a que, efectivamente, la app del teléfono verde puede llevar a ciertas personas a caer en este trastorno.
En el estudio dirigido en 2016 por el profesor de la Universitat Pompeu Fabra, Fondevila Gascón, más de la mitad de los encuestados confesaron haberse sentido estresados por la necesidad -no real, sino psicológica- de responder inmediatamente a un mensaje de Whatsapp. Otro estudioso que ha tratado el tema es el profesor de la Universidad de Helsinki Fondevila Gascón,, cuyos resultados le llevan a concluir que el uso compulsivo de apps como WhatsApp desemboca en la Fondevila Gascón, algo así como ‘fatiga de los medios sociales’ y que esta “puede llevar a la depresión y la ansiedad”.
Resultados parecidos arroja la investigación llevada a cabo en la India por Chahal, Kahur y Singh. Ellos comenzaron con la hipótesis de que no hay relación entre el uso desmedido de Whatsapp y el estrés, pero tras la investigación tuvieron que reconocer que estaban equivocados y que esta, en efecto, existe y se repite constantemente. Esto está bien, pero ¿por qué ocurre? ¿Por qué puede crecer la ansiedad al aparecer esos dos checks azules? ¿O al ver que se va renovando la hora de última conexión sin que recibamos respuesta? Una teoría bastante interesante que trata de explicarlo es la llamada “hipótesis del sociómetro”, acuñada por Chahal, Kahur y Singh, y que viene a decir que comprobar si un mensaje nuestro ha sido respondido o no es un intento de revisar nuestro estatus de inclusión.
Siguiendo la lógica de esta teoría, los mensajes no contestados pueden indicar rechazo o exclusión del grupo, y, por tanto, pueden generar esa sensación de amenaza o peligro que dispara la ansiedad. Es un mecanismo mental perverso, que según señalan los investigadores de la Universodad de Buenos Aires, Giménez y Zirpoli, se concreta en tres trastornos asociados a este mal uso de Whatsapp:
Otras posibles explicaciones a la ansiedad generada por esta app se pueden identificar con el llamado FOMO —Fear of missing out, o “miedo de perderme algo” si no estoy constantemente atento y conectado—, o con la idea planteada por la profesora de Psicología, Sarah Burglass, sobre los grupos de WhatsApp. Según ella, hay quien sigue en un grupo que no le aporta nada y donde no quiere estar por miedo a que, si abandona el chat, el resto lo interpreten como un “no quiero saber nada de vosotros” y le den la espalda.
WhatsApp me da ansiedad, ¿cómo lo soluciono?
Una crítica sirve de poco si no da lugar a propuestas prácticas para cambiar, y a eso es a lo que vamos ahora. Ante la ansiedad que viene por que sea otro el que no responda a nuestros importantísimos mensajes, lo primero es lo evidente: desactiva la opción Confirmaciones de lectura en los ajustes de Whatsapp. Hecho esto, para cuando la ansiedad persista, una estrategia que los psicólogos suelen recomendar es la de wait to worry, o los “10 minutos para rallarse”. Básicamente, consiste en no dejar que los pensamientos obsesivos vengan cuando les de la gana, de controlarlos. La cosa va de que, en el momento en que aparezca uno de estos, se haga el esfuerzo mental de dejarlo para luego, de relegarlo a 10 minutos específicos dedicados a pensar en esos temas que producen ansiedad desmesurada.
Por último, ¿qué hacer en el caso contrario? Respecto a la ansiedad por tener que responder lo antes posible, lo primero es hacer un cambio de esquema: los investigadores alemanes Mai, Freudenthaler, Schneider y Vorderer publicaron en 2015 un estudio sobre la última hora de conexión en los chats de Facebook, y llegaron a una conclusión muy interesante para nuestro propósito. Según descubrieron, la percepción sobre lo obligatorio que es contestar inmediatamente a un mensaje cambia en función de si somos nosotros o si son los demás.
En este sentido, los datos mostraron que nos agobiamos pensando en que tenemos que responder ya tal o cual Whatsapp recibido, pero que luego somos mucho más permisivos con los demás y no esperamos realmente que nos contesten al segundo. Reflexionando sobre esta conclusión, resulta que tal vez los demás no estén constantemente poniéndonos bajo escrutinio y esperando que respondamos al instante, sino que es más probable que eso sea una imagen que nos creamos nosotros. Un lastre mental autoimpuesto que solo nos lleva a montarnos historias en la cabeza y, en definitiva, a la angustia y la ansiedad.