Parece el argumento de una comedia estadounidense pero ocurrió de verdad. En los años 70, dos hippies españolxs abandonaron su vida en Ibiza para mudarse a un centro budista ubicado en las montañas granadinas de La Alpujarra. Allí recibieron un día la visita del monje Lama Thubten Yeshe y de su discípulo Lama Zopa. Este último, a la muerte del primero en los años ochenta, declaró estar experimentando visiones que le mostraban que “su maestro estaba de camino de regreso a la Tierra para renacer como occidental” y, curiosamente, eligió a Osel, hijo de aquellxs dos hippies, como la reencarnación del Lama Yeshe. A los 18 meses estaba en la India haciendo pruebas divinas.
”Pusieron muchos objetos diferentes, algunos de Lama Yeshe, y yo elegía siempre el correcto. Además, reconocí a personas que jamás había visto y lugares en los que nunca había estado. Durante tres años estuve de gira visitando todos los centros budistas que Lama Yeshe fundó alrededor del mundo”, cuenta el propio Osel en un artículo para la BBC. A los dos años fue entronizado en una ceremonia a la que fueron miles de personas de todo el planeta. “Cuando cumplí seis años, me llevaron al monasterio de Sera Jey en Karnataka, en el sur de la India, y allí fue donde mis estudios se volvieron mucho más oficiales e intensos”. Le desconectaron totalmente de la vida occidental.
“Me sentí abandonado”
De hecho, Osel lamenta profundamente la situación en la que se crio. En sus propias palabras, “las personas que me cuidaban cambiaban constantemente y a mis padres los veía muy poco. Realmente no tengo una conexión emocional con ellos. Me considero huérfano. Me sentí abandonado”. Tampoco le dejaban tener mucho contacto con otros niños. Ni tener relaciones sexuales en su adolescencia. Su único puente con el exterior eran las cosas de contrabando que le traía la gente que iba a verle: un disco de Linkin Park, una guitarra, un saco de boxeo... Se enamoró tanto de la cultura occidental que convenció a los monjes para estudiar dos meses en un instituto de Ibiza.
“Cuando besé a una chica por primera vez estaba en el paraíso. Quedé como flotando dos semanas. Estaba muy feliz”. Ahí decidió que tan pronto como cumpliera 18 años abandonaría el monasterio. Lo hizo a pesar de las presiones. Al principio, el mundo moderno colmado de placeres le superó, pero poco a poco fue adaptándose y enganchándose. “Empecé a salir más de fiesta, a involucrarme con los organizadores de fiestas de música electrónica, luego a organizar fiestas en Ibiza y me volví un chico malo”. Luego llegaron los viajes, las aventuras locas y la paternidad. Un camino de autodescubrimiento confuso y difícil. Un camino singular que solo él puede comprender del todo.