Las falsificaciones de prendas de ropa y de zapatillas han existido siempre. No es un fenómeno reciente ni mucho menos. Pero la cosa se está yendo de madre: como apuntan desde El País, y basándose en el último estudio realizado por la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea sobre el asunto, “las empresas europeas perdieron de media 50.000 millones de euros y dejaron de crear alrededor de 416.000 trabajos por esta causa”, siendo las más afectadas las pertenecientes a los sectores de la moda y de la perfumería. Y factores involucrados en ello hay muchos, pero probablemente el más importante de todos ellos es que la generación Z no se avergüenza de ello.
Más bien todo lo contrario. Según escriben en el citado medio, ya existen muchxs influencers que realizan unboxings de productos plagiados y los exhiben con orgullo, en parte por haber sido capaces de encontrar una versión tan bien falsificada a tan buen precio. Esto difiere una barbaridad de lo que ocurría no hace mucho tiempo, cuando las falsificaciones perseguían precisamente el objetivo de camuflarse para pasar por originales. No obstante, seríamos injustxs con la juventud si solo citáramos este cambio de mentalidad, sobre todo si tenemos en cuenta que este puede haberse dado como consecuencia de circunstancias externas que le han sido impuestas. Una reacción.
Por un lado, el consumismo voraz al que empuja el sistema capitalismo constantemente. No, nadie necesita tanta ropa, pero crecemos desde muy pronto rodeados de mensajes proconsumo. Es un automatismo difícil de eliminar. Por otro lado, la mierda de poder adquisitivo que sufre buena parte de la gente joven en este país, gran parte de la cual no puede independizarse incluso cuando ya se encuentra trabajando. El drama es muy real. Porque ahí tienes el cóctel: empujas al consumo excesivo a personas que no pueden permitírselo a causa del sistema y sus disfunciones socioeconómicas, lo que les lleva directamente hacia las falsificaciones como única salida.
Y esto no quiere decir que no sean responsables del problema. Lo son, en cierta medida, pero culpar únicamente a quien adquiere esa camisa o esas zapatillas falsas es completamente injusto. Es atacar la consecuencia y no la raíz. De ahí que buena parte de ellxs ya no se esconda ni sienta pudor de reconocer que están luciendo ropa fake. Incluso que lo reivindique como mecanismo de protesta. ¿Me llenas el tablón de Insta día tras día de influencers ricxs llevando looks inflados de precio que nunca podré permitirme? Espera que tengo una solución. En palabras de un entrevistado por El País, “las marcas nos engañan”. Y esta es su venganza. ¿Tú qué opinas de todo ello?