Es un ritual imprescindible: te tumbas en el sofá, das doscientas vueltas a la plataforma de streaming de turno en busca de una serie que merezca la pena, seleccionas una e inmediatamente te acercas a la cocina para pillar algo de comer. Son dos actividades que están muy asociadas en tu cabeza. A estas alturas de tu vida, resulta extraño ver algo en la tele o en el ordenador portátil sin comer, del mismo modo que resulta extraño comer sin ver algo en la tele o en el ordenador portátil. Lo percibirías como una experiencia incompleta. Y, según el medio especializado Mental Floss, existen tres causas principales de este fenómeno tan extendido entre la población.
El primero de ellos es la distracción. “Cuando vemos la televisión, nos involucramos en la serie, lo que significa que prestamos menos atención a las señales neurológicas y gastronómicas que nos informan de que nos estamos saciando. Nos dedicamos a un consumo algo pasivo”. Y la consecuencia es clara: si no notas lo que tu cerebro y tu estómago te cuentan, si estás absolutamente absortx en el drama de la prota de tu serie favorita, seguirás comiendo más allá de lo necesario. Y lo peor de todo es que en muchas ocasiones los alimentos que te llevas al salón para acompañar las tardes o las noches de streaming no son precisamente saludables. Mucho ultraprocesado.
Tú, tus palomitas y un sofá
El segundo de ellos es la vinculación. Como explican desde este mismo medio, “puedes buscar pizza o patatas fritas no porque tengas hambre, sino porque has llegado a identificar la televisión con comer”. O dicho de otra manera: tu cerebro ha aprendido a asociar un estímulo concreto (estar tumbado en el sofá de tu casa con la mantita encima delante de una pantalla) con una actividad de supervivencia (alimentarte), de manera que cada vez que practiques el primero liberará pensamientos de comida y dopamina que te incite a ponerlos en práctica. Cuantas más veces cedas a esos pensamientos, cuantas más veces solidifiques esa vinculación, más resistente se volverá.
Y el tercero de ellos es la exposición. Quizá estés viendo una serie en la que los personajes aparecen comiendo a menudo. O que directamente va sobre un restaurante rollo The Bear. En dichos casos, tener ante tus ojos tantas cosas ricas hace que tu cerebro comience a desearlas. Es más, “un estudio de la revista Appetite descubrió que los espectadores de programas de cocina tendían a comer más dulces que los espectadores de programas sobre naturaleza”. Y no es el fin del mundo caer en estas trampas mentales, pero con moderación. Especialmente en los periodos en los que vives entregadx al bingewatching.